martes, 25 de mayo de 2010

El cielo en tus manos

El cielo se oscureció, y cayó y se enmudeció mientras la luna miraba y lloraba. La tristeza, el olvido, el dolor lo inundaban todo. El fuego reía y su luz daba vida, pero su llama fue apagada, sus lágrimas borradas mientras él lo contemplaba todo, mientras todos los nobles corazones vagaban corrompidos.

sábado, 8 de mayo de 2010

Florín de oro

No podía dejar de admirarlo. Se paseaba intranquilo de un lado a otro de la cubierta, como si esperase algo. Todos estábamos centrados en nuestras tareas. Puede que fregar los suelos de un navío pirata no fuese el trabajo más liviano ni el más adorable, pero todos estábamos igual. Nos movíamos fuera de la ley, bajo nuestras normas y las normas de aquella bandera negra que ondeaba libre, aquellos malditos canallas, por más que nos persiguiesen, nunca lograrían darnos caza.

Se acerco a una de las barandillas que hacia tan solo unos minutos había estado limpiando, cuando saco lo que parecía un pequeño catalejo. Sin abrirlo todavía, observo el vacio horizonte, nadie había dado la voz de alarma. Miro a través de aquel aparato de latón que me tenía maravillado. Su cara era una máscara impenetrable, nunca una sonrisa iluminaba su cara, pero era mi capitán.

Estuvo durante un rato oteando el horizonte cuando pareció cansarse de que el viento hiciese ondear su pelo negro. Me afane en mi tarea para que no pareciese que era tan incompetente y borracho como mis compañeros, algún día, algún día seria como ese hombre.

Días más tarde, mientras intentaba dormir en mi mente seguía rondando una imagen: el capitán intentando atisbar algo en la inmensidad del océano. Me di la vuelta en mi improvisada cama, y todo se volvió negro.

Un grito de alarma rompió la quietud de la tarde. Un barco se acercaba a toda velocidad, pero todavía se encontraba demasiado lejos para poder adivinar bajo las órdenes de quien comandaba. El frenesí se apodero de toda la tripulación: dejamos lo que estábamos haciendo para preparar los cañones, preparar la cubierta y tomar posiciones.

El tiempo pareció discurrir más despacio mientras nos acercábamos al otro navío. Navegaban bajo la bandera de la libertad, pero eso, no hizo que liberásemos toda la tensión que habíamos acumulado en el transcurso de esos minutos.

En la otra cubierta también se respiraba el aire de la intranquilidad, nuestro capitán sabía como iban a desarrollarse los acontecimientos, pero estaba tranquilo, al lado del timón, esperando a que ellos moviesen primero. En todo el tiempo que llevaba a su servicio nunca lo había visto así. La derrota se adivinaba en su cara, sabía que estaba vendido.

El capitán del otro navío era una mujer, lo cual hacia empeorar las cosas. Comenzó el abordaje, todos tratábamos de protegernos, aunque no éramos capaces de comprender nada. No éramos enemigos, pero luchábamos como tal. El ultimo botín hacia tiempo que era escaso. Fui descartando mentalmente todas las posibles causas de aquella lucha, pero no conseguí llegar a ninguna conclusión lógica.

Los cañones cantaban su canción de guerra, el aire olía a pólvora y a sangre. En el barco de mi capitán no quedaban más que unos pocos hombres, aquellos a los que no había dado tiempo a cruzar al otro bajel. La cubierta que con tanto esmero había limpiado estaba ahora llena de manchas rojas.

Tenía miedo, apretaba con demasiada fuerza mi acero, mis nudillos estaban blancos, y mi corazón intentaba salírseme del pecho. Salí de detrás de mi parapeto, dispuesto a morir, cuando observe la escena más pintoresca que mis ojos llegarían a contemplar.

La joven capitana, con su alfanje desenfundado, se acercaba a mi capitán. La determinación iba pintada en su rostro y a pesar de intentar parecer segura, su mano temblaba. Conocía la reputación de mi capitán que se encontraba sentado, tranquilo, esperándola con una sonrisa pintada en la cara. Cuando esta se encontraba a tan solo unos pasos, este se levanto y se inclino ante la dama vestida de varón. Se quita su sombrero de tricornio y lo coloca en la descubierta cabeza de la mujer.

A pesar de la distancia que nos separa, puedo apreciar que es hermosa y sus ojos negros tienen la misma fuerza que los de un experimentado pirata. Su sable se hunde en el desprotegido cuerpo del capitán. Cuando lo saca está teñido de rojo. Sus piernas se doblan y cae al suelo. Se inclina y le cierra los ojos.

Algo explota en mi interior. Corro hacia el timón, vengare a mi capitán aunque eso me cueste la vida. Tengo que evitar muchas pequeñas escaramuzas, que ya no tienen ningún sentido el capitán yace tendido sobre la cubierta. Estaba a tan solo unos metros, ya podía observar su sonrisa de triunfo…

Deje de leer el libro que se encontraba reposando sobre mis rodillas para contemplarlo. Hacía tiempo que había dejado de escuchar mi historia, mientras corría, reía y saltaba por toda la habitación, imaginando que él también era un pirata, el valiente y honorable joven de la historia.