domingo, 22 de noviembre de 2009

Baúl de juguetes

Recuerdo cuando era pequeña y tenía miedo cada noche de mi baúl. Todos mis juguetes estaban ahí, me encantaba sentarme encima y mirar hacia la nada, pero cada noche, cuando comenzaba a haber ruidos, me despertaba y ya no podía volver a dormir. Nunca hubo un monstruo bajo mi cama y creo recordar que tampoco en el armario, pero si en mi baúl. Había tantas cosas y era tan grande que podías meterte dentro, cerrar la tapa y dejar de existir. Creía que una malvada bruja habitaba en él de noche y si me dormía, me sumergiría en su oscuro mundo. Una noche soñé que unos bandidos entraban en mi casa y la quemaban, pero yo me escondía en mi baúl y no me encontraban. Lo recuerdo todo como si fuese ayer, tal vez ahí comenzasen mis pesadillas. Si lo recuerdo todo ¿Por qué no puedo volver a aquella época? Sería tan fácil coger una máquina del tiempo, evitar o arreglar todos los desperfectos que aquí causé, volver a reír feliz, dejar de mirar por mi ventana y estar en la calle corriendo mientras el viento alborota mi pelo.

Tan solo una ventana

He creído esa mentira, me he obligado a hacerlo. Quiero sonreír pero es más fácil llorar ¿Dónde está mi sitio? ¿Lo sabes tú? Tan solo tengo una ventana y muchos recuerdos. Recuerdo que sabía cómo se sonreía, que no era capaz de imaginarme el sabor de las lágrimas, que no me ocultaba, que no construía murallas a mí alrededor, sentía los rayos de sol sobre mi piel, pero todo eso acabó, como hace siempre. Abrazo mis rodillas mientras pienso. Miro hacia afuera, todo está oscuro pero iluminado por esas diez farolas. Puedo ver un banco y quiero salir allí, a pesar del frio, a pesar de la tierra mojada, quiero tumbarme sobre ella y observar las estrellas. Quiero secarme los ojos y olvidar su gusto salado, quiero no tomar decisiones, quiero volver a reír. Suspiro una vez más, deshago mi abrazo y me levanto, tal vez sea el momento de decir adiós.

Decisiones

A menudo tenemos que tomar decisiones. Es la parte más difícil de la vida, respirar es fácil, no pensar es fácil, caminar hacia delante es fácil, pero para poder continuar por ese tortuoso camino, necesitamos elegir. Eso mismo he hecho esta mañana ¿Qué cereales tomar? ¿Qué canción escuchar? Parecen cosas banales, sin sentido y, posiblemente lo sean, pero el suelo por el que caminamos se construye con esas decisiones, las que nos afectan a gran escala son los ladrillos, mientras las pequeñas e insignificantes son el cemento que los une.

Personalmente odio tener que elegir, pero a veces, me encuentro en una encrucijada y tengo que tomar una decisión rápida, ya que si no desapareceré. En una ocasión, tomé una moneda y la obligué a ella a elegir por mí una de esas elecciones difíciles que son los ladrillos y, con ello, tan solo gané un millar de opciones más. Procuro evitarlo pero, cada mañana tomo la decisión de levantarme, de vivir, pero podría hacer lo contrario. Intento tomar un camino más largo, pero siempre me lleva a la misma parada, aquella en la que todavía no he tomado una decisión.

Mientras pienso en todo esto, no puedo evitar mirar por mi ventana. La luz entra por ella, mi habitación como siempre, está a oscuras y, mirando hacia afuera, intento no pensar en todo lo que ocurre a mí alrededor.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Tachones

Una vez más contempló el blanco papel, con todos sus tachones, con todos sus intentos de volver a ser la persona que había sido. Dejó su mente en blanco, pero las palabras no venían a su imaginación. La melodía sonaba de fondo. Se levantó de su escritorio, recorrió con la mirada el cuarto en el que se encontraba y al posar su vista en la ventana abierta, sus ideas regresaron. Cogió la pluma que había tirado con precipitación en la lucha contra su pasado y sobre aquel destrozado original escribió en una esquina, con su apretada caligrafía: “he vuelto”.

martes, 17 de noviembre de 2009

Silenciosa llamada

La canción volvió a sonar, incansable. La persiana estaba bajada, su cuarto en penumbra. No tenía ganas de levantarse, no tenía ganas de volver a ser persona. Comenzó a recordar todo su pasado, y se dio cuenta del daño que había hecho. Las lágrimas acudieron una vez más a su silenciosa llamada, y a pesar de que intentó rechazarlas con todas sus fuerzas, a menudo sus emociones la superaban. Llevaba tanto tiempo mintiendo, tanto a sí misma como a todos aquellos que la rodeaban, incansables, que no pudo evitar mortificarse por ello.

Recorrió con sus cansados ojos aquellas cuatro paredes que la protegían, y a pesar de la oscuridad reinante, podía apreciar sus contornos, desgraciadamente no era absoluta. El móvil volvió a parpadear, una súplica de aquellos que la rodeaban para que volviese a la vida, pero no tenía ganas de sonreír una vez más, de aparentar que nada pasaba, cuando sus tristes ojos decían lo contrario. Aquello era mejor, ya no existía, su mundo se reducía a sus pensamientos, a aquella canción que la mantenía cuerda. Un cristal se rompió cuando llego al suelo, su última decisión.

El dolor regresó, tan punzante que la dejó sin respiración. Notaba el sabor de la sangre en su boca, era consciente de que el momento se acercaba, y antes de que sus ojos perdiesen aquel brillo que los caracterizaba, se dio cuenta de que alejándose aquellos últimos días, no había reparado en modo alguno el daño que durante meses, o tal vez años, había causado.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Idiota

Confiamos, y una vez más nos damos cuenta de lo idiotas que somos por hacerlo. Solo los humanos tropiezan con la misma piedra, y aunque no quería creer en ello, tengo que terminar admitiéndolo, ya que me encuentro entre los millones que, como yo, lo hacen cada día. ¿Por qué lo hacemos? No tengo respuesta a eso, como no la tengo para muchas cosas, pero muchas cosas no son importantes, y saberme estúpida sí. Me gustaría echarme a llorar de impotencia, pero haciéndolo solo conseguiría tener que secarme las lagrimas que recorrerían mi rostro. Odio confiar, pero es como respirar, al final siempre termino haciéndolo, y una vez más termino estampándome de bruces contra el frio y duro pavimento.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Caza de brujas

Una vez más había vuelto a su lugar mágico para conseguir descansar. Cada uno de sus músculos estaba agarrotado, pero aunque físicamente no se encontrase en aquel paraje, el desplazar sus pensamientos hasta allí tenía casi el mismo efecto. Tumbada como estaba sobre aquel frío y duro suelo de piedra, con los ojos cerrados y su lenta respiración, poco a poco noto como se iban relajando, liberandola del dolor de la larga caminata. Odiaba toda aquella situación, pero no podía hacer nada, más que proteger su propia vida. Cada noche su mente regresaba a aquel lugar idílico en el que no había estado nunca.

Llevaba huyendo casi dos semanas, dos semanas en las que no había conseguido más que sueños plagados de pesadillas y que hacían que se despertase más cansada de lo que se había acostado. Los recuerdos de aquella noche sin luna la atormentaban, no había podido hacer nada aunque la hubiesen dejado, por eso a pesar del frío reinante, prefería no encender una hoguera, aunque este había sido su compañero de juegos en los anteriores veintidós años de su vida.

Las habían quemado a todas, acusándolas de algo que no habían echo; ella era la bruja. No tenía más que tres años cuando sus poderes se comenzaron a manifestar. Al principio no podía mas que mover pequeños objetos, pero a medida que pasaba el tiempo era capaz de hacer cualquier cosa, y su culpa había sido ayudarla a conseguir todo aquello. Aparecieron una noche sin luna, tal como sus sueños habían augurado, y a pesar de todas las medidas que había tomado, de nada habían servido mas que para salvarse a si misma ya que sus maestras habían dado su vida.

Cuando volvió en si, las lágrimas inundaban sus ojos y comenzaban a correr por sus mejillas. Odiaba a sus asesinos, que no comprendían su poder, pero se odiaba a si misma por no haberlas protegido.