miércoles, 26 de agosto de 2009

Vida

Quieres pero no puedes, y al darte cuenta de tu fracaso te rodeas de oscuridad, nada importa, tus sueños de grandeza murieron junto con tus esperanzas. No eres más que una sombra de lo que antaño fuiste. El alcohol y las drogas fueron tus amantes en las frías noches del invierno, pero a la vez que te daban lo que querías, poco a poco iban restándote la poca vida que te quedaba. Los huesos se translucen a través de tu blanca piel. Te rodeaste de quien no debías, tus amigos intentaron ayudarte pero los dejaste de lado, tu no serías como el resto y pensaste que donde todos fracasaron tu triunfarías; te equivocaste. Los médicos ya no pueden hacer nada por ti; te mueres y solo ahora, te das cuenta de lo idiota que fuiste. Ya nadie te quiere, ya nadie te espera. No tienes nada más que lo que tú mismo te buscaste, así que tampoco esperes que llore lágrimas de sangre por ti, hace mucho tiempo que se secaron.

jueves, 20 de agosto de 2009

Muertos al amanecer

Estaba lloviendo. Solo el sonido de los tacones contra el pavimento podía escucharse aquella fría noche, pero no sentía el frio enfundada en mi vestido rojo. Giré una cuantas calles hasta llegar a la única zona de la cuidad viva a aquellas horas de la noche. Observé a todos aquellos hombres que me miraban, pero esa noche no quería a ninguno, esa noche tenía una misión que cumplir y no era momento de juegos con idiotas descerebrados. Estaba buscando a un joven apuesto, pelo rubio, ojos azules… el típico chico rico y guapo. Esa noche el trabajo no iba a resultarme fácil, pero no podía equivocarme o lo pondría sobre aviso, solo tenía que encontrarlo; el resto era muy fácil.

Notaba las miradas envenenadas que me lanzaban pero no les guardaba rencor, también yo lo haría si fuese como ellas y me encontrase con alguien como yo, pero la verdad es que no me importaría ser como ellas, ser una asesina es un trabajo con demasiadas responsabilidades. No soy demasiado alta, pero los tacones hacen milagros, lo mismo que ese vestido corto y rojo… cada vez que lo miro colgado en su percha me pregunto cómo puedo ponerme una cosa tan estrecha. Forma parte de mi trabajo: encontrarlos, seducirlos, apartarlos del resto y asesinarlos… aunque a veces queda algo de tiempo para la diversión.

Tras pasar la vista varias veces por aquel recinto cerrado, encontré a mi nueva presa. Estaba sentado con una copa en la mano y una mujer bonita en la otra. Me acerque lentamente, no quería levantar sospechas pero no me quedaba demasiado tiempo, al amanecer tenía que estar muerto y para eso no faltaban más que un par de horas. Hice todo lo posible porque su mirada se centrase en mí, pero parecía muy ocupado conversando con sus amigos ricos como para fijarse en el resto de personas de aquella sala, así que no me quedo más remedio que pasar a la acción: si él no iba a venir seria yo la que fuese.

No me paso desapercibido que no había terminado su copa cuando lo encontré en la barra a mi lado ¿Qué significaba aquello? ¿Qué estaba pasando? Algo no iba bien, podía sentirlo, pero ya era tarde para dar marcha atrás, solo me quedaba avanzar. Entable conversación con aquel sujeto y cuanto más hablábamos, mas me daba cuenta que algo no encajaba, no era lo que aparentaba ser.

Con esfuerzo conseguí apartarlo de sus amigos y llevármelo a un callejón cercano. No iba a ser mi mejor golpe pero serviría. Me aseguré de que no hubiese gente observando y cuando me dispuse a matarlo note otra pistola apuntando a mi pecho ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Quién era aquel joven?

- Hola Arila, encantado de conocerte
-¿Quién eres tú?
- Jack

Ese nombre me sonaba pero no conseguía ubicarlo ¿no era así como se llamaba el chico nuevo de la agencia? Además, conocía mi nombre, un nombre que no había salido desde hacía años de allí. Quería respuestas y las necesitaba así que, con mi pistola apuntando a su pecho comencé mi interrogatorio. La agencia planeaba matarme, lo que Jack no sabía era que también querían matarlo a él, si esto era una especie de broma no tenía gracia, pero tratándose de la agencia era exactamente lo que parecía: teníamos órdenes de asesinarnos mutuamente.

Todo sucedió muy rápido, vi como Jack iba a dispararme cuando titubeó en el último momento, ocasión que yo no desaproveché. Con el arma ya apuntada, disparé. No tuvo tiempo ni de intentarlo una última vez, cuando llego al suelo ya estaba muerto; una pena, era un joven muy apuesto.

Me fui de allí sin mirar atrás, como tantas otras veces había hecho.

sábado, 1 de agosto de 2009

el anciano que contaba cuentos

El anciano sonreía feliz ante la visión de los niños rodeándolo mientras pedían que les contase otra historia.

Nunca pedía limosna, ni tampoco la aceptaba, decía que solo lo hacía para poder contemplar la sonrisa de los niños, que esa era su mayor recompensa.

Era un hombre de avanzada edad y ojos oscuros siempre alegres. Su larga barba cana estaba cuidada y a pesar de sus ropas, podía apreciarse que no era lo que aparentaba ser. Nadie conocía su nombre, para todos era “el cuentacuentos”. Tan solo se pasaba una vez al año por la aldea pero los niños lo esperaban con fervor. Cada año por las mismas fechas aparecía por el camino que llevaba a la aldea un carromato tirado por un caballo. Los niños corrían hacia él, y el hombre los recibía a todos con una sonrisa. Esa misma noche, sentado en su taburete, cuando la luz de la luna iluminaba la plaza central de la cuidad, el anciano comenzaba a relatar las aventuras de bellas princesas, ogros malvados y príncipes valerosos… y esa noche no iba a ser diferente.

Los niños esperaban intranquilos a que el hombre comenzase su relato, mientras sus padres intentaban en vano que su propia expectación pasase inadvertida. Un fuego estaba encendido y en él tenía perdida la mirada el narrador. Cuando al fin la aparto los niños ya no podían contener la emoción de escuchar otra historia, y el hombre no se hizo de rogar.

Relató la historia de un joven noble que veía la injusticia a la que estaba sometida su pueblo. Siendo aun joven, se había prometido que si un día era rey, trataría a sus súbditos como a sus iguales ya que todos eran personas. Como había jurado, instauro un reino de justicia y libertad. Su sueño pronto se vio truncado por la maldad de su primo el conde de Hibberten que veía peligrar sus planes de comandar los cinco reinos. El joven rey lucho hasta la extenuación por salvar a todos cuantos podía, pero sus esfuerzos fueron en vano y tuvo que contemplar el horror de ver a su gente esparcida por el suelo sin vida. Había matado a su primo y el trono seguía siendo suyo, pero ahora le parecía algo frio y vacio, sus sueños habían muerto junto con su pueblo.

Esa tarde un hombre entro en el pueblo, era un cuentacuentos. El rey, marcado por la muerte de todas aquellas personas no podía quitarse de la cabeza que había sido culpa suya, con lo que se acercó al hombre y le entrego las llaves de su castillo, pidiéndole a cambio que le enseñase la profesión de narrado. El joven sabía que dejaba el reino en buenas manos ya que conocía a aquel hombre desde que era un niño. El anciano acepto la propuesta, prometiéndole que intentaría reinstaurar lo que un día el rey había soñado. El joven sonrió pero una lágrima recorrió su cara, recordándole su fracaso.

Transcurrieron varios años hasta que el cronista creyó que el joven estaba preparado para soportar los duros inviernos y los cálidos veranos en los caminos en busca de la sonrisa de los niños.

Aquel joven, encontró la paz que ansiaba pero nunca se perdonó lo ocurrido en aquel reino de libertad y justicia. En vez de luchar contra dragones y salvar a bellas princesas prefirió iluminar la cara de los niños que un día llevarían su mensaje allí a donde fuesen.

Cuando el anciano termino de relatar su historia, una lágrima descendía por su rostro. A pesar de los años transcurridos, su corazón seguía roto por aquellas gentes a las que tanto había amado. Nunca había vuelto por su patria, no se atrevía a contemplar las tumbas de los que aquel negro día perecieron junto con su felicidad.

- ¿ Cuentacuentos –pregunto una niña que no había perdido palabra de la historia que acababa de relatarles el anciano- eras tú el joven de la historia verdad?

- Pequeña, eso es algo que ni tan siquiera los hados saben – le respondió el hombre con una sonrisa en la cara.

La niña lo miró contrariada pero se quedó callada esperando una nueva historia del narrador.