miércoles, 30 de septiembre de 2009

una jaula de oro

Las lágrimas se derramaban, pero no podía hacer nada para evitarlo, lo odiaba todo y, en la cima de su odio se encontraba ella misma ¿como sonreír cuando lo que más odias eres tú mismo? ¿Cómo seguir hacia delante? Lo que al principio le parecía la libertad ahora es una jaula con barrotes de oro, muy bonita, si, pero la consume igual que lo hizo antaño, otra jaula, otra época, otro universo... Es joven, tal vez demasiado, quizá ese sea su mayor problema, tal vez por eso ahora desee el descanso que vendrá después, habrá cumplido su misión. Tiene ganas de dejar de buscar, tiene ganas de correr a su lado. La apena no ver la evolución, no ver el final, pero sabe que eso será imposible en la perecedera carcasa humana con la que se protege. Y sus últimas palabras quedaran en el olvido como lo hicieron antes las miles de voces que el tiempo dejo atrás.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

dormir en el pasado, despertar en el presente

Aquel día estaba deseando poder irme a dormir, necesitaba descansar y olvidarme de todos mis problemas. Mi cena, como siempre, había sido una cosa muy liviana, odiaba cenar en exceso. La cama estaba fría cuando me metí en ella, pero me gustaba aquella sensación. Note como me pesaban los parpados y poco tiempo después, todo se había vuelto negro.

Cuando me desperté, todo parecía diferente: Aquella no era mi cama, ni mi habitación… ¿Dónde estaba? Salí de la cama en busca de algo que me hiciese recordar donde estaba ¿acaso el alcohol me había jugado una mala pasada? Todo lo que podía observar a mí alrededor tenía el aspecto de una casa muy antigua y hacia frio. No había fotografías ni nada que pudiese indicarme donde estaba. Había un extraño vestido encima de una silla, que nada tenía que ver con mi ropa. Me vestí con aquello ya que llevaba puesto un extravagante camisón. Explore el resto de la casa, en busca de una referencia pero no encontré nada.

Era una casa pequeña, de tan solo una planta y de escaso mobiliario. No había fotografías enmarcadas ni cuadros en las paredes y todo tenía un toque antiguo, como si el propietario de la casa fuese un amante de la edad media. Tenía que salir de allí cuanto antes. Con mis pintorescas ropas me dirigí a toda velocidad a la calle y lo que allí me encontré me dejo conmocionada: juglares por las calles, echadores de cartas, bufones…

¿Qué era todo aquello? ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso todo era una extraña broma? Vi a una mujer cargada con lo que parecían verduras y me dispuse a preguntarle en qué año nos encontrábamos, aquello no podía ser otra cosa que una novatada. Cuando no estaba más que a unos pasos de la mujer, me di cuenta de que en aquella concurrida calle nadie osaba mirarme a la cara

- Perdone señora, ¿podría decirme en qué año nos encontramos? – la mujer me observaba con una mezcla de temor y curiosidad en los ojos, debatiéndose entre hablarme o alejarse de allí lo más rápido posible, afortunadamente se decidió por la primera opción

- ¿Se encuentra bien vuestra merced? Estamos en el año 1472 de nuestro señor.

La mujer se despidió con una inclinación de cabeza y se alejo de allí todo lo rápido que se lo permitían sus piernas. ¿Había oído bien? ¿Año 1472? ¿20 años antes del descubrimiento de América? Aquello no podía estar pasando, debía de estar dormida, no podía ser otra cosa. Hice lo que en aquel momento me pareció más adecuado, comprobar si estaba dormida pellizcándome, y si, dolía lo cual solo podía significar una cosa… ¡no estaba dormida!

Comencé a mirar a todos lados buscando una respuesta, los viajes en el tiempo no eran posibles, yo no podía estar en aquella época. Quería volver a mi casa, quería cerrar los ojos y despertarme en mi cama, con el sonido del despertador y el ordenador haciendo un ruido infernal, quería…

- Perdonad bella dama, ¿acaso estáis perdida?

Cuando mire a la cara a la persona que me había hablado note como mi ritmo cardiaco aumentaba, una cara conocida en toda aquella locura… de repente el mundo comenzó a disolverse y todo se volvió oscuro y un ruido sonaba de fondo, un sonido demasiado conocido: mi despertador. El corazón me dio un vuelco, no había sido más que un sueño pero ¿Por qué todavía llevaba aquel maldito vestido?

lunes, 14 de septiembre de 2009

"tu mismo"

Habíamos quedado demasiado temprano para mi gusto, pero no solo mi opinión contaba. Las calles estaban llenas de gente, personas por todos lados, vasos de plástico por el suelo, botellas de cerveza que rodaban sin control por todas las calles pero nada de eso importaba, en unas horas estaríamos cantando todas aquellas canciones que nos han acompañado en los malos y buenos momentos, con las que lloramos y con las que reímos.

Poco a poco la hora señalada se acercaba, teníamos que llegar antes si queríamos verlos. Los anteriores no nos gustaban pero, aun así tarareamos sus canciones. Su mala cara me molestaba, ¿no podría sonreír ni aunque fuese un momento? Estaba demasiado centrado en: ¿volverá a pasar? ¿Me quiere? Mientras ella, si se daba cuenta, hacia como si nada fuese lo que parecía. Media hora esperando a que los primeros acordes comenzasen a sonar. Estábamos en primera fila, y cada vez con menos espacio, pero eso no importaba, estábamos allí. Comenzamos a cantar y la emoción nos invadió. El concierto fue mágico, pero a nuestra visión demasiado corto. La luna nos iluminaba mientras la música llenaba nuestros corazones. Cuando tocaron la canción más conocida, la plaza entera vibro al son del estribillo.

Terminó tan pronto como había comenzado pero en nuestras caras se adivinaba la realidad, ¿Por qué terminaba tan pronto? Comenzamos a pedir a gritos otra canción más, pero cuando comenzaron a despedirse, nos dimos cuenta que había terminado y nos invadió la tristeza.

Los oídos nos pitaban, pero mientras recorríamos las calles de la ciudad antigua, los versos seguían sonando en nuestras mentes “nada hay bajo el sol que no tenga solución…”

viernes, 4 de septiembre de 2009

sol naciente

Las luces estaban apagadas cuando llegué así que no me tomé la molestia de entrar en casa. Era una noche fría pero no por ello dejaba de ser hermosa. La luna llena iluminaba mis pasos, las estrellas guiaban mi camino y la oscuridad me abrazaba recordándome que no estaba solo.

Caminé hasta el precipicio, despacio, como hacia siempre que me acercaba para mirar hacia la línea en que se confunden el cielo y la tierra. Adoraba aquel lugar, era el mejor sitio para recordar el pasado, todo lo que había pasado aquella tarde.

Me tumbé cerca de su borde, con mis brazos entrecruzados a modo de almohada. Abajo, muy abajo, podía escuchar el mar batiendo contra la roca negra, como llevaba haciéndolo años. Mi respiración se fundió con ese sonido.

Estaba allí, pero mi mente se encontraba a miles de kilómetros ¿Por qué había pasado? Todavía podía recordarlo. El sol iluminando su rubio cabello, sus ojos azules me miraban como si fuese la primera vez que me veía y en sus labios, una sonrisa. Bailaba al ritmo de una música que solo ella podía escuchar… era perfecto, solo existíamos nosotros. Fue entonces cuando ocurrió, cuando aquella bella tarde se convirtió en el ocaso más triste de mi vida. Habían pasado dos años, hoy hacía dos años, en los que no he podido parar de pensar, de culparme.

Me situé en el borde del barranco y desde mi altura contemplé las piedras que había al pie del acantilado, donde la había visto por última vez. Seria tan fácil, tan tremendamente fácil seguirla, solo necesitaba una corriente de aire, un pequeño empujon y volveríamos a ser el mismo ser. El sol comenzaba a salir, no me había dado cuenta de la hora que era; el momento había pasado.

Fue entonces cuando la vi, transparente como el cristal, voluble como el humo, pero ahí estaba, mirándome, sonriéndome. Si estaba loco, esa era la más bella locura que nunca podría existir. Alargué mi mano, si tenia que seguirla aceptaría gustoso ese precio, pero ella la rechazo y sonrio con tristeza, mientras los rayos de un sol naciente la hacían desaparecer.