miércoles, 13 de julio de 2011

La joven en zapatos rojos

Sus tacones repiqueteaban contra el desnivelado pavimento. Cada piedra era de diferente tamaño y figura, lo que lo hacía casi un camino intransitable para unos tacones altos y finos como los que llevaba, pero parecía no importarle, su mente estaba muy lejos de aquella calle mal pavimentada, sucia y oscura. Se encontraba en el barrio más pobre de una gran y próspera ciudad. Había ojos en cada ventana llena de harapos a modo de cortinas, pero en la calle todo el mundo parecía rehuirla, como si supieran quien o que era. Estaba acostumbrada aquellas situaciones, sus reuniones siempre eran en lugares así, ya no intentaba pasar desapercibida, no desde aquella ultima vez. Continuo caminando impasible mientras sus pisadas reverberaban. Su grácil forma de caminar mas se asemejaba a una elegante danza, algo que hacía que desentonara aun más en aquel lugar. Se paró en seco, como si hubiera vuelto a la calle en la que se encontraba.

-Ciento cincuenta – dijo susurrando, como si fuera la cosa más importante del universo, el secreto mejor guardado – ciento cincuenta, ciento cincuenta, ciento cincuenta – dijo esta vez mas elevando el tono de voz, hasta terminar gritando. Entonces, una sonrisa ilumino su cara encapuchada, como si hubiera recordado algo igual de importante que la cifra e hizo algo que consiguió hacer murmurar a los niños que se escondían tras las mugrientas paredes; se puso a saltar.

Al cabo de cinco minutos, ceso en su empeño de hundir la piedra, como si se hubiera dado cuenta de que con si infantil figura no iba a poder conseguir tal proeza. Miro a su alrededor, como si algo no encajara, dio un paso hacia su izquierda y comenzó a aporrear con toda la fuerza que le permitían sus pequeños puños aquella pared, al cabo de unos segundos paro, como si esperara que algo ocurriera.

-Um… ¡Claro, ciento cincuenta más uno!- exclamó entusiasmada, y dio un gran paso adelante con gran pomposidad. En cuanto sus tacones tocaron la irregular piedra que se encontraba ante ella, desapareció envuelta en una suave neblina mientras su infantil risa reverberaba.

Pasaron lo que le parecieron horas hasta que el joven que se encontraba escondido se atrevió a salir al ahora desierto callejón. Todos estaban dormidos, aunque hacia tan solo unos minutos, antes de la neblina, todos se encontraban expectantes. Recorrió con una suave carrera el trecho que lo separaba del lugar donde había desparecido la joven mujer, y como en las ocasiones anteriores, allí no había nada. Por el rabillo del ojo vio algo que lo dejo estupefacto, la pared que había aporreado mostraba unas oquedades, allí donde la joven encapuchada había apostado sus puños. Rápidamente miró al lugar en el que había saltado, se acercó y vio las huellas de sus zapatos. Vio una luz al final del callejon e inmediatamente se fue de allí, mientras era incapaz de parar de pensar en que su mente lo estaba engañando, era imposible que aquella joven pudiera haber hecho aquello.

Continuará...