martes, 23 de febrero de 2010

Caballero

En sus ojos, sus dorados ojos, podía ver la huella del sufrimiento. Apenas quedaban unos metros, escasos pasos para la libertad, pero sus piernas se negaban a reaccionar. La sangre manaba a borbotones de la herida abierta. No gritó, supongo que lo cogió tan de sorpresa como al resto de nosotros. Una brecha en aquella muralla de alambre, intentamos aprovechar la oportunidad que aquel irónico destino nos brindaba. Había cogido mi mano, tiraba de mí con extremada delicadeza, como si en vez de luchar por nuestra vida y por nuestros ideales rotos, estuviésemos bailando en el salón de su palacio. Tendría que haberme dado a mí, era yo la que merecía no seguir viviendo, no después de todos los errores, las mentiras… no era mejor que aquellos que portaban las armas, tan solo me diferenciaba de ellos, en que yo había recobrado la cordura.

No pude ver el proyectil, ni la mano ejecutora, solo vi la mancha roja que se extendía por su camisa blanca manchada. Su espalda se arqueo, pero su fuerza para salvarme, parecía inquebrantable. No sabía qué hacer, necesite un segundo disparo, que impacto en la misma diana que el anterior, para salvar nuestras vidas. No puede divisar al resto de nuestros compañeros, nuestros amigos, nuestros confidentes… se habían esfumado, como las volutas de humo que el tren deja atrás. ¿Dónde quedaba su amistad? No los pude culpar, supongo que yo haría lo mismo, así que guarde mi miedo en un pequeño rincón oscuro, y saque a la luz la determinación.

Su cuerpo se debilitaba, a la vez que el mío se fortalecía. Mis manos estaban teñidas de su esencia vital, pero habíamos nacido para aquel momento, para luchar contra un mundo envuelto en sombras. No pudo seguir caminando. Me miro. Una sonrisa iluminaba su cara, un último apretón de sus ásperas manos, mientras en sus labios se apreciaba su última voluntad: no había sonido, pero sus labios se movían… “vete, sálvate”

Mis ojos se empaparon en lágrimas que me negaba a derramar, no delante suyo. No perdería la compostura delante de aquel caballero salido de las novelas románticas que leía en mi juventud, no sería yo la bella dama que se desmayara, ni él el joven noble que muriese; y a pesar de que le quedaban escasos minutos, beso mi mano ensangrentada en señal de despedida.

3 comentarios:

Simone Solitaire dijo...

Uoauh... Terriblemente bueno, sí.

Pero me sabe a poco. Quiero más.

Víctor dijo...

Como ya te dije, me gusta y creo k mejoras ;)
Y reitero también que consigues transmitir sentimiento...
Y que sí que tienes lectores ^^

Oli dijo...

Me gusta, bastante.
Me recuerda a algo que escribiste hace bastante tiempo, no recuerdo ahora el qué, pero sé que era tuyo

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