miércoles, 30 de junio de 2010

Testigo de un nuevo amanecer

Necesitaba que todo acabara, que todo cambiara. Sus ojos oscuros se ensombrecieron y una diminuta lágrima descendió, lentamente, por su mejilla.

Jugaba con aquel pequeño colgante en forma de flecha, aquel que la había acompañado, entrecruzándolo por entre sus dedos. Lo notaba frio al tacto y sus bordes se le clavaban, pero al apretarlo contra su palma, deseaba que su huella quedase marcada eternamente.

Poco a poco, sin que ella se diese cuenta, su visión se volvió borrosa y una lágrima siguió a otra, derramando su dolor. El frio penetraba por su ventana y de la calle se filtraba el ruido de la vida: la risa de unos niños, el ulular del viento, el cantar de los pájaros… pero ella se encontraba allí, sola, intentando parar sus lamentos por un futuro que se le antojaba imposible.

Vio nacer y morir el día, pero ella seguía sentada, impasible, contemplando su pasado, contemplando su futuro, mientras ambos se entremezclaban en aquel instante, que moría, que no volvería, que la hacía recorrer un camino que no deseaba, una senda colmada de dolor y de oscuridad.

Poco a poco, su desconsuelo fue dejando paso a la indiferencia y al olvido. Las lágrimas dejaron de brotar de sus ojos, la herida se cerraba, aunque su vestigio sería eterno. Descruzó sus piernas, se notaba inestable al posar sus pies descalzos sobre el frio suelo pero lentamente se acerco a su ventana y miró hacia el sol, prometiéndose a sí misma un nuevo amanecer.

1 comentarios:

Oli dijo...

Es curiosa la forma en la que intentamos marcar algunos recuerdos a nivel físico...
Es necesario sentir dolor de vez en cuando, es lo que nos hace estar realmente vivos, a pesar de nuestro dolor, la vida sigue y nosotros con ella, no puedes contemplar el futuro, ese es el gran y más interesante misterio de nuestras vidas, el porvenir.

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